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El alzhéimer, el País y yo


lalo

Por: Ricardo Rodríguez Santos

Fue una madrugada de principios del año 1974 cuando el alboroto me despertó. Mi madre y mi padre recibían con alborozo al hijo artista que regresaba de Nueva York con un acetato en sus manos. No tenía idea de lo que sucedía, ni, todavía en aquel momento, lo que era un acetato. Solo recuerdo que, aún medio dormido, tomé en mis manos aquel objeto plano y cuadrado con un retrato al frente que mostraba una gigantesca mano roja que bajaba del cielo a tocar un piano, The sun of latin music, decía en letras también grandes. Mi padre abrió el objeto y extrajo el disco negro con un orificio en el medio, lo colocó en el tocadiscos tipo consola de madera que había en la sala y lo puso a dar vueltas y a sonar a todo volumen. Mientras yo embelesado me entretenía viendo el coco que tenía el disco en el centro con letras pequeñas en inglés y en español, los vecinos se levantaban y llegaban a la casa a compartir el jolgorio que se había formado. ¡Mi hermano cantaba en el tocadiscos!

Mi madre aún recuerda el suceso con todos sus detalles. Aunque cada quince o veinte minutos me pregunta si le di las pastillas o le “puse” la insulina. Uno de los síntomas de esta plaga moderna es el olvido inmediato. Lo que llaman la memoria a largo plazo no se afecta tanto como lo que sucede en el momento. Los que viven con algún familiar con alzhéimer saben de qué hablo.

Mi madre no solo recuerda con detalles, sino que narra sucesos de la época constantemente. Este período de tiempo que va desde 1968 hasta el 1980 más o menos, cubre unos años que se marcan particularmente por la caída vertiginosa y estrepitosa del modelo de democracia que significó el ela que Muñoz inauguró en 1952. Yo era un niño, ajeno a los grandes sucesos que ocurrían a mi alrededor.

Los recuerdos que tengo se refieren a las conversaciones entre los adultos. Coloquios de los cuales generalmente me excluían. A veces, sin embargo, mis padres, mis tíos, mis vecinos adultos, asumían la pose de maestros y en lugar de expulsarme de la sala, veían la oportunidad de instruirme con la Verdad. La verdad, según el discurso de todos ellos era que, a pesar de la crisis (crisis causada por entes extranjeros, por cierto) vivíamos, yo vivía y disfrutaba, en un paraíso. La xenofobia (juro que jamás hubiese utilizado esa palabra en esos años) que sudaban por cada poro los llevaba a todos a referirse con desprecio acerca de la República Dominicana. Decían, y repetían, que los dominicanos tenían luz eléctrica dos horas al día, que el agua no era potable nunca, que los jueces y los policías eran los más corruptos, y que cada vez que había una protesta, el gobierno les echaba la guardia nacional.

Decían también, más bien afirmaban categóricamente, que todo se debía a que el país era una república  así con voz bien bajita, porque era una mala palabra y no podía decirse mucho la palabrita. De manera similar se referían a los países latinoamericanos. Allá, según proclamaban los adultos al unísono, no se puede vivir. La gente se moría de hambre y los gobiernos no tenían presos en las cárceles, porque los torturaban y los desaparecían. El contraste era la Gran Nación del Norte y su espejo en el Caribe. Mira niño, recuerdo que me enfatizaban, dale gracias a Dios por los americanos. Ellos son los buenos, los cheches, los que rescatan al pobre y jamás, ¡jamás! torturan ni masacran al enemigo, no importa lo cruel que este haya sido. Aquí tienes cupones, tienes becas y tienes la oportunidad de entrar en el “army” y asegurar tu pensión.

No recuerdo con precisión, pues era un adolescente, pero una vez parece que pasó algo, no supe qué hasta muchos años después. Lo que sí recuerdo fue ver a soldados armados vigilando estaciones eléctricas. En Country Club, había una justo detrás de la piscina en la tercera extensión. Allí vi el primer soldado. Esperé que los adultos se reunieran en la casa de mi padre y pregunté. Las caras se pusieron serias. Con un tono grave, uno de ellos me susurró: Mijo, es que hay gente mala, esas que hacen huelga son los enemigos de la democracia. Estuve ajeno a todos los procesos sociales hasta que entré en la universidad, y desde entonces he estudiado las causas y razones para que la gente no hable de todas las luchas políticas, laborales y sociales que se han dado en este País.

Resulta irónico que mi madre recuerde la época, pero olvide el presente, mientras el pueblo parece funcionar a la inversa. Hoy, luego de cuarenta años conseguí el LP de Palmieri en ebay. Celebro la adquisición a la vez que escucho a mi madre que me pregunta de nuevo si le di las pastillas y le “puse” la insulina, y pienso que mi pueblo sufre un síndrome similar, pero al inverso: recuerda solo lo inmediato y olvida todo lo acontecido el día anterior y la semana pasada y las décadas anteriores. Mientras pienso cómo conseguir un tocadiscos que funcione, espero que mi País despierte. Entretanto, atiendo a mi madre, quien recuerda clarito el día que volvió mi hermano con su disco bajo el brazo.

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“Time is the substance I am made of. Time is a river which sweeps me along, but I am the river; it is a tiger which destroys me, but I am the tiger; it is a fire which consumes me, but I am the fire.”

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